Queridos colegas de blog,
Tenemos el patio de la política nacional tan revuelto, que hoy me tienta más entregar a vuestros ojos lectores un nuevo capítulo de mi novela, que más bien son conclusiones e impresiones de mi experiencia.
Asi que hago un parentésis en los temas de opinión - aunque también estoy a la espectativa de que nos depara la semana próxima ante la incipiente insistencia de adelanto de elecciones - y para relajar el ambiente, un nuevo capítulo.
Saludos a todos.
La razón principal de la existencia de un restaurante es, obviamente, ofrecer llenar el buche a estómagos agradecidos o tripas hambrientas, catalogación esta más que adecuada para los especímenes que llenaban el comedor del Lucky 3.
Desde la atalaya de la caja registradora, no es precisamente una visión enternecedora ver comer a la gente; en muchas ocasiones la educación brilla por su ausencia, se devora más que se degusta, y algunos no tienen ningún inconveniente en sentirse como en casa, y comportarse como si en casa estuviesen, sin más recato ni respeto para los demás.
Los comensales de diario, en su mayoría hombres de negocios que buscaban un rincón apartado para tratar sus asuntos, suelen tener cierto paladar, aunque miran con atención el bolsillo. No siempre paga la visa de la empresa, y hay que justificarlo todo.
El contraste llegaba los domingos y algunos festivos. Todos, en manada, y si el tiempo acompaña, ¡a quien le apetece cocinar!, se sientan en un restaurante, son debidamente atendidos y, por supuesto, servidos. Durante un par de horas con el fin que sus duodenos ejerciten la función para que fueron creados, hacen trabajar los mismos a base de ágapes, no precisamente frugales, si aptos para un completo llenado.
La variedad de comensales casi roza el infinito; familias de todas clases acuden con sus retoños, la mayoría de ellos con escasos conocimientos de comportamiento en la mesa; no les importa patalear, chillar, levantarse, a veces arrastrarse por el suelo... y ello, sin una excesiva disciplina por parte de los padres, que hartos de sus retoños, les dan la libertad antes de cumplir los dieciocho, para que no se la exijan más tarde, mientras no se dan cuenta que la misma se transforma en libertinaje.
Naturalmente, hay excepciones; gentes que quieren degustar, paladear la gastronomía que ofrece el Luky 3, aunque tengan que soportar al dominguero de turno, con escasos recursos económicos, pero que no se diga que “no podemos ir al restaurante”.
El escaso apego a la cocina los domingos – no tan solo cocinar, sino lavar platos, limpiar la cocina, etc., - es razón de peso suficiente como para que no se tenga inconveniente en acudir al restaurante con niños de escasa edad o bebes recién nacidos, - cochecito incluido - para los que los olores de comida o el humo del tabaco no debe ser del todo perjudicial.
Incluso una vez, una joven cliente no tuvo el más mínimo reparo en cambiar el pañal de su retoño en una esquina de la mesa – afortunadamente aun pendiente de servicio – mientras hablaba con unos amigos, de forma disimulada, pero que las camareras percibieron. Cabe señalar que la joven madre, marido y criatura no volvieron a aparecer por el restaurante.
La maternidad sin duda es algo hermoso, y dar de mamar a un bebé puede tener su encanto, pero no precisamente en un restaurante, donde más de una joven, inexperta y poco educada madre, atendía la petición gastronómica de su retoño, dando de mamar sin complejos ante el resto de comensales.
El comensal apenas percibe el trabajo interno de cocineros y camareros, el enorme esfuerzo que supone atenderle como cliente. No repara en absoluto en que quien le atiende es un ser humano como él, y que merece una consideración. Viene a comer, paga y según generosidades, deja propina.
Pero el vacío, a pesar del ruido, planea como una sombra alargada sobre las mesas. Algunos apenas se hablan. Rostros desconocidos, vidas apegadas a lo tangible, a lo material. Pasar las horas para huir de la realidad, con la excusa de tener buen paladar. Pero en realidad, rinden culto a la gula, sirven a un pecado capital para olvidar penas, deudas, problemas... vacío.
El Luky 3 acoge a gentes, a masas deseosas de huir de la realidad, a personas que sustituyen que sin darse cuenta, sustituyen sus almas por el montante de una comida o una cena, sin atreverse a abrir la puerta de la imaginación, de la reflexión y del pensamiento.