sábado, 3 de mayo de 2008

HABLEMOS DE GASTRONOMÍA – LAS ANÈCDOTAS DE BRILLAT-SAVARIN (II)

Brillat – Savarin no fue sólo un teorizador de la gastronomía, sino que dio ejemplo durante toda su vida de lo que era un buen gourmet. Una vez, como aperitivo de una comida que duró tres horas, se sirvió doce docenas de ostras. Ciento cincuenta y cuatro ostras, una tras otra, acompañadas de buenos tragos de vino – note el lector que hablamos de un personaje del siglo XVIII. Evidentemente, en la actualidad, el llamado “mundo civilizado”, especialmente los nutricionistas, sin exceptuar a cardiólogos y digestólogos encuentra una escena así abominable, pero las ostras siempre han sido una exquisitez, y en el siglo de la ilustración un manjar sólo para unos pocos – y de exquisitos caldos.

Esto sólo fue el aperitivo. De casta le venía al galgo, pues su madre había inventado varios platos de cocina, con el nombre de Bella Aurora, en referencia a su propio apelativo.

Por su parte, la hermana de su madre, murió a los noventa y nueve años y diez meses, víctima de una apoplejía cuando estaba comiendo. Se dio cuenta de su fin y dijo a la camarera: “tráeme los postres”. Y como dijo su hermana “se fue a tomar café al otro mundo”.

Tal como os comenté en el artículo anterior, Brillat – Savarin era de oficio letrado y adicto a la monarquía, por lo que con la Revolución Francesa no es que se llevase precisamente muy bien, pero su afición a la gastronomía era mucho más fuerte que él.

Huyendo de los revolucionarios que lo buscaban, no resistió la idea de pararse a almorzar en un restaurante en el que se preparaba un asado de codornices. El olor que desprendían era tan tentador que, abandonando su propósito de huir de sus perseguidores, rogó a los comensales que le permitiesen compartir su comida. Como dice Brillat- Savarin, un gastrónomo se reconoce por su fisonomía, y el examen a que lo sometieron, debió ser satisfactorio por cuanto lo invitaron a su mesa.

A las codornices sucedieron una fricasé de pollo y un asado “impresionante a la vista”. Todo ello, regado con buenos vinos y acompañado de crema a la vainilla, un surtido de quesos y frutas variadas.

Olvidado el peligro que corría, se dedicó a charlar con sus compañeros, uno de los cuales era el ciudadano Prost, que hubiera debido ser su perseguidor. Al día siguiente, ante la esposa del ciudadano Prost, desplegó su talento de violinista, lo que conquistó a la dama, que obligó a su marido a que le otorgase un salvoconducto.

Nuestro protagonista marchó a América y no volvió a Francia hasta 1796, y consecuentemente, todos sus bienes habían sido confiscados. Al año siguiente, fue nombrado magistrado del Tribunal de Casación, empleo que conservó hasta su muerte en 1826, que sobrevino de la manera más absurda. Monárquico convencido, fue invitado por el presidente del citado Tribunal el 21 de enero de 1826, a una misa por el sufragio del alma de Luis XVI, guillotinado en 1793. Brillat Savarin estaba resfriado y el frío de la basílica de Saint-Denís, donde se celebró la misa, le produjo una pulmonía, de la que murió dos días después.

Su libro Fisiología del gusto o meditaciones de gastronomía trascendente había aparecido de forma anónima unos meses antes. Cuando se supo el nombre de su autor, sus amigos quedaron asombrados, pues no podían suponer que aquel individuo gordo y macizo, que comía lentamente durante horas enteras sin pronunciar palabra, y luego dormía la siesta repantingado en un sillón, hubiese sido capaz de escribir una obra llena de ingenio y de un estilo tal que Balzac lo consideraba como uno de los maestros de la literatura francesa.