viernes, 8 de agosto de 2008

CAJÓN DE SASTRE (I)

Mis colegas bloggeros de Libro de Arena, son conocedores de mi pasión por la HISTORIA; la pequeña, la grande, la informal, la social… porqué como seres humanos, somos hijos de la historia, formamos parte de ella, y a través de nuestras vivencias, también hacemos historia, la cual no hay ni memoria histórica oficial ni sandeces que nos pueda hacerla cambiar.

Claro que en más de una ocasión, se pone en duda, se cuestiona, se descalifica, o se manipula descaradamente, y en este caso, siempre por motivos políticos. Así tenemos autores célebres como Alejandro Dumas quien opinaba: “Los únicos que leen historia son los historiadores cuando corrigen las pruebas de imprenta de sus escritos”. Anatole France, escritor francés de principios del siglo XX, afirmaba sin ningún género de dudas que: “Los libros de historia que no contienen mentiras, son mortalmente aburridos”. A este escepticismo, François Fénelon, poeta, escritor y teólogo francés (1651-1715), contrarrestaría con: “El buen historiador, no es de ninguna época ni de ninguna nación”, y Lord Chesterfield, (Philip Dormer Stanhope, cuarto conde de Chesterfield (1694-1773)) y prototipo por excelencia del gran señor del siglo XVIII, no dudó en calificar a la historia como un “confuso fárrago de sucesos”

Estoy totalmente convencida que todas las frases tienen su punto de verdad, por muy en desacuerdo que se esté, pues, si hablamos de historia, también es necesario analizar el contexto histórico, algo que se tiene muy poco en cuenta. Personalmente, me quedo con dos frases que definen muy bien el significado de la HISTORIA: Una la pronunció Marco Tulio Cicerón jurista, político, filósofo, escritor y orador romano (año 106 – 43 antes de Cristo), quien la definió como: “Testigo de las edades, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y heraldo de la antigüedad”.

Pero queridos colegas de blog, como estamos en verano, el calor aprieta, la mente no está para grandes y pesadas lecturas sobre la materia, me quedo con la segunda frase, definitoria también de tan insigne temática, pronunciada por Thomas Carlyle, historiador, crítico social y ensayista escocés que vivió durante el siglo XIX “La historia es una destilación del chismorreo”.

Y sí, mi artículo se base en ese “chismorreo”, con el cual en más de una ocasión he animado el cotarro: Las anécdotas históricas.

Viajemos de nuevo en el tiempo, y vayámonos en pleno siglo XVIII. A uno de los compositores y reformador de la ópera más grandes de la historia Christoph Willibald von Gluck, (1714-1787), famoso por la composición de Alceste u Orfeo y Euridice le preguntaron un día cuáles eran las cosas que más amaba y apreciaba.

- Tres cosas: el dinero, el vino y la gloria
- ¿Cómo? ¿La gloria es lo último? ¡Estáis bromeando!
- No, no bromeo – respondió el compositor – Con el dinero puedo comprar el vino, con el vino se despierta mi inspiración, y con mi inspiración alcanzo la gloria. Ya veis que es muy razonable.

El amigo lector es libre de opinar lo que guste, pero la Historia de la Música le da la razón, puesto que sus operas han traspasado fronteras y se representan en todos los coliseos operísticos del mundo.

Y del mundo de la música, pasemos al de la abogacía, siempre tan jugoso, del que ya he referido en más de una ocasión sucesos y casos. Y para ello, hemos de viajar de Francia a España, y concretamente a mediados del siglo XIX.

Don Antonio Maura, (1853-1925) antes de ser el gran estadista y cinco veces presidente del gobierno que fue, y del que ya he relatado alguna anécdota, ejerció como abogado, pues esa era su profesión. Cierto día informaba como recurrido. El abogado recurrente había pronunciado ya su informe, que había durado tres horas, y el presidente del Tribunal, temiendo que el alegado de Maura durase lo mismo, propuso suspender la causa. Maura se opuso a ello, diciendo:

- Señor presidente, sólo necesito cinco minutos
- Si no son más que cinco minutos, puede hablar el letrado.

Y poniendo ostensiblemente su reloj sobre la mesa, dio la palabra a Maura. Este habló durante tres minutos, exponiendo el único argumento posible, que era totalmente convincente. Terminó diciendo: “Me sobran dos minutos, de los cuales hago a la sala donación pura, perfecta e irrevocable”.

Ni que decir tiene que Maura ganó el pleito.

Y para terminar esta primera parte de hoy, sigamos en el siglo XIX, pero transportemos nuestra imaginación al “Far West”. Nos encontramos en los EE.UU y un nombre suena por doquier: Colt. No tan solo fue un revolver, sino el apellido de Samuel Colt, nacido en el estado de Connecticut en 1814. Aventurero e industrial armamentístico quien des de muy joven ya tenía la idea de crear un arma que pudiera disparar repetidas veces, sin necesidad de cargar el arma, y su idea se convirtió en realidad: en 1836 inventó el revolver de repetición, ofreciéndolo al ejercito norteamericano, quien lo rechazó, pero el entonces independiente estado de Texas, lo adquirió y lo usó con éxito. Sus victimas fueron los indios comanches. Su eficacia era tal, que un alto mando del ejercito tejano declaró: “Prefiero enfrentarme a un millón de soldados enemigos que a doscientos cincuenta soldados armados con revólveres Colt”.

El revolver más célebre, el que aparece en las películas es de 6 disparos, cañón de 229 milímetros y calibre de 11,4 milímetros. Se trata del “Colt Walker” o en la jerga del oeste “El juez Colt y sus seis jurados”. Jessie James, Billy el niño. Buffalo Hill, John Wayne, Gary Cooper, unos en realidad, otros en la ficción, hicieron célebre la fórmula de la época: “Dios creó los hombres, Colt los hizo iguales”.

Bueno, de todo hay en la “viña del Señor”, así que aquí tenéis unas cuantas anécdotas para este primer Cajón de Sastre, que aunque histórico, no contiene ni aditivos, y si conservantes para la memoria. En otro artículo, abriremos de nuevo el Cajón, y a ver si nos proporciona herramientas jugosas y divertidas para pasar los calores estivales.