viernes, 15 de agosto de 2008

CAJÓN DE SASTRE (II): SUPERSTICIONES


No, queridos colegas de blog, no he aparcado las anécdotas históricas, pero digamos que hago un paréntesis, que, sin eludir la historia, si abordo un apartado que en algunos hechos o momentos, ha podido provocar decisiones históricas.

Todos tenemos nuestras pequeñas manías o somos más o menos supersticiosos, según nuestras creencias, nuestro instinto o como nos hayan marcado los acontecimientos en nuestra vida.

Napoleón temía a los gatos negros y Sócrates el mal de ojo. A Julio César le aterrorizaban los sueños y Enrique VIII aseguraba que la brujería le había inducido a casarse con Ana Bolena. Pedro el Grande, zar de todas lar Rusias (1672-1725), experimentaba un terror patológico cuando tenía que cruzar puentes, y Samuel Jonson autor del primer diccionario en lengua inglesa (1755), siempre iniciaba la entrada o la salida de un edificio con el pie derecho.

Las supersticiones surgieron de modo muy directo y contundente. El hombre primitivo, al buscar explicaciones para fenómenos tales como el rayo, el trueno, los eclipses, el nacimiento, la muerte, etc. carente de conocimientos sobre las leyes de la naturaleza, desarrolló una creencia en los espíritus invisibles. Observó que los animales poseían un sexto sentido que les advertía e imaginaron que los espíritus les alertaban secretamente.

Esta es la explicación básica, casi de diccionario para la superstición, pero en los albores del siglo XXI, las supersticiones tienen absoluta vigencia. ¿Por qué decimos “Jesús” cuando alguien estornuda? ¿Por qué un espejo roto o un gato negro traen mala suerte?.

Bueno, para la primera pregunta, hemos de trasladarnos a la Italia del siglo VI. Geseundheit, dicen los alemanes; Felicità dicen los italianos; los árabes juntan las manos y hacen una profunda reverencia. Seguramente, parecerá curioso, pero toda cultura creen en algún tipo de bendición cuando alguien estornuda.

Bien, durante siglos, el hombre creyó que la esencia vital, el alma, residía en la cabeza, y que un estornudo podía expulsar accidentalmente esta fuerza. Esta sospecha se veía reforzada por los estornudos de los enfermos en sus lechos de muerte, ante lo cual, los médicos hacían ímprobos esfuerzo para contenerlos.

La ilustración sobre este tema llegó con Aristóteles e Hipócrates en el siglo IV antes de Cristo; el estornudo era la reacción de la cabeza contra una sustancia ofensiva que se introducía por la nariz. Observaron que cuando el estornudo se asociaba con una enfermedad pre-existente, pronosticaba a menudo la muerte, por lo cual, recomendaron bendiciones tales como: “Larga vida para ti”, “Que goces de buena salud” “Que Júpiter te guarde”.

Cien años más tarde, los romanos opinaban, que si una persona sana estornudaba, intentaba expulsar los espíritus siniestros de posteriores enfermedades.

La expresión cristiana “Jesús” en el sentido de un “Dios te bendiga”, tiene su origen en el fiat papal del siglo VI, durante el pontificado de Gregorio Magno. Una epidemia virulenta asolaba Italia, y uno de sus primeros síntomas era una serie interminable de violentos estornudos. El papa Gregorio pidió a los sanos que rogaran por los enfermos y también ordenó que frases bien intencionadas, aunque vanas, “Que tengas buena salud” fueran sustituidas por una invocación más urgente y concreta “Jesús”.

La rotura de un espejo como signo de mala suerte, procede del Siglo I. Se originó antes de que existieran los espejos de vidrio. Los primeros espejos utilizados por los antiguos egipcios, los hebreos y los griegos, eran de metales como en bronce, el latón, la plata, y el oro pulimentados, y por tanto, irrompibles. . En el siglo VI antes de Cristo, los griegos habían iniciado una práctica de adivinación basada en espejos, llamada catoptromancia, en la que se empleaban unos cuencos de cristal o cerámica llenos de agua. El cuenco de cristal lleno de agua, se suponía que revelaba el futuro de cualquier persona cuya imagen se reflejara en la superficie del mismo.

Si uno de estos espejos se caía o rompía, la interpretación inmediata por parte de un “vidente”, era que la persona que sostenía el cuenco no tenía futuro.

En el siglo I d.C, los romanos adoptaron esta superstición portadora de mala suerte y le añadieron un nuevo matiz, que es nuestro significado actual. Sostenían que la salud de una persona cambiaba en ciclos de siete años. Puesto que los espejos reflejaban la apariencia de una persona (es decir, su salud), un espejo roto anunciaba siente años de mala salud y de infortunios.

En la Italia del siglo XV, la superstición adquirió una aplicación práctica y económica. Los primeros espejos de cristal con el dorso revestido de plata, desde luego rompibles, eran fabricados en Venecia. Su coste era elevado, por lo que los sirvientes que limpiaban los espejos de las casas, se les advertía que romper uno de estos tesoros, equivalía a siete años de un destino peor que la muerte. Este uso efectivo de la superstición, sirvió para intensificar la creencia en la mala suerte.

Con referencia a los gatos negros, la creencia procede de Inglaterra, concretamente en la Edad Media.

La característica independencia del gato, junto con su testarudez y su afición al robo, unido al repentino aumento de su población en las grandes ciudades, contribuyeron a su caída en desgracia, a pesar que, como es sabido, en el antiguo Egipto eran adorados y a su fallecimiento, embalsamados con todo lujo.

Los gatos callejeros eran alimentados a menudo por ancianas pobres y solitarias, y cuando se propagó en Europa una oleada de histeria, en la que muchas de estas mujeres eran acusadas de practicar la brujería, los gatos que les hacían compañía (especialmente los negros) fueron considerados culpables… por asociación de ideas.

Así, un animal que en otro tiempo era contemplado con veneración, se convirtió en una criatura odiosa y temible. En los EE.UU, concretamente en Salem, persistió la leyenda de que las brujas se transformaban en gatos para merodear por las noches. Los pobres mininos las pasaron canutas durante la Edad Media y Renacimiento; En Francia, los gatos eran quemados mensualmente hasta que en 1630, Luis XIII puso fin a esta vergonzosa práctica.

Dado el largo tiempo – varios siglos – durante el cual, los gatos negros fueron sacrificados en toda Europa, es sorprendente que el gen de color negro, no se extinguiera en esa especie…, a no ser que el gato realmente tenga siete vidas.

En cuanto a supersticiones, la historia está plagada de ellas. ¿Por qué derramar sal también trae mala suerte? O ¿el famoso número 13? ¿O pasar por debajo de una escalera?. Y ¿Por qué podemos confiar en lo que diga una moneda echada al aire? ¿por qué la cigüeña portaba los bebés? Y ¿de donde procede el mal de ojo?

Estimados lectores, si os intriga el tema, en un próximo artículo proporcionaré más datos. Yo, personalmente he de confesar que un gato negro me trae buena suerte, nunca he roto un espejo, Y por supuesto, jamás paso por debajo de una escalera.

Si sois supersticiosos, Cuadernos está a vuestra disposición para que comentéis vuestras manías o intuiciones. Y si no lo sois, vuestra opinión será también muy apreciada.

Besos mediterráneos… para nada supersticiosos.