lunes, 28 de julio de 2008

CULTO A LAS APARIENCIAS

Mi afición al análisis me lleva a observar a la sociedad des de los más diversos ámbitos. Mi colaboración esporádica con la caja de un restaurante en los fines de semana, me permite obtener unos datos, que no por ampliar mis conocimientos, dejan de ser curiosos.

Ayer en Mataró era el día central de la fiesta mayor, de la cual ya os hablé el año pasado, a través de Libro de Arena, comentando un tanto jocosamente, la celebración de la Missa de Glòria, así llamada.

La tradición en la asistencia al acto religioso, se complemente con el ágape correspondiente, que en más de una ocasión, se dejaba preparado el día anterior, con el fin de cumplir con la tradición, como Dios manda, y nunca mejor dicho.

Esto, sin embargo, era antes. Ahora, tenemos playa, los distintos actos organizados por el ayuntamiento, y no estamos para cocinar y pasar calor. Pagant, Sant Pere canta como también decimos por aquí y se encarga la comida, o bien se acude al restaurante.

Cómo el día es caluroso, no es cuestión de vestir de vint-i-un botons, frase hecha donde las haya, también de lares catalanes y acudimos al restaurante de postín, en camiseta y playeros, con algunas honrosísimas excepciones, que se pueden contar con los dedos de una mano, y aún sobran. Por supuesto, los niños nos acompañan, aunque sean las doce de la noche, y el mejor lugar fuera la cama.

Tenemos apetito, que no significa que tengamos paladar o que sepamos degustar las exquisiteces de la carta, acompañadas de los caldos correspondientes. Y no tenemos dinero. La tarjeta de crédito, es junto a la lavadora, el mejor invento del mundo. Ya pagaremos, pero ojo, todo sube, por lo que nos conformamos con el tapeo, que pagamos a precio de escándalo – el restaurante no engaña, es una marisquería – y abarrotamos el local, llenándolo del ruido de conversaciones insulsas. És Festa Major!, cuando si se sabe escoger, por el mismo precio del tapeo, y cantidad más restringida, tenemos la oportunidad de saborear algunos platos.

Aunque lo más importante es otra cosa: NOS SIRVEN. La gula, como pecado capital, tiene muchas formas de “tentarnos”, no sólo por el acto de ingerir alimentos en si, y con ello mezclar en nuestro cerebro, el ansia de comer, con la apetencia real para la misma, sino de complacer nuestra vanidad, imitando a las economías saneadas, cuantas más veces sea posible, y con mil y una excusas: reunión familiar, celebración, no tengo ganas de cocinar, ya trabajo durante toda la semana, etc., etc.

Si durante un par de horas nos sirven, nos sentimos por unos cuantos minutos fuera de nuestro entorno, real, olvidando problemas, sin saber lo que comemos, tan sólo diciendo “Es bueno esto”. Ni siquiera, “está exquisitamente cocinado, acertadamente condimentado, y excelentemente presentado”

En realidad, es imposible decirlo, puesto que el restaurante estaba a tope, con gente que había reservado esperando, porqué otros no tienen la más mínima consideración en abandonar la mesa, porqué “para eso pago y me sirven”.

Tal como he descrito en anteriores post, especialmente el dedicado a Brilliant-Savarain, la cocina es un arte, que en nada tiene que ver con la gula, y el equipo de cocina se esfuerza, por el nombre del restaurante, de presentar platos donde, el aspecto visual sea remarcable, sin olvidar sabores y olores. Si se quiere apreciar en toda su magnitud un plato elaborado, mejor ir entre semana, con calma. No habrá problema con las mesas y la tranquilidad está garantizada, en comida o cena.

Pero ¡Ay las!, trabajamos, somos esclavos del pago de hipotecas, el colegio de los niños, su manutención… Pero queremos darnos un gustazo, no estamos para sacrificios, ya trabajamos bastante, así que Visa al canto, ¡Oh, se come tan bien!, ¡hemos disfrutado tanto! ¿Comiendo qué? ¿Una ración de patatas y unos calamares a la romana?

Hay que saber asumir las obligaciones familiares y sus responsabilidades. Hay épocas para todo. Hay que saber entender donde vamos, que hacemos, que podemos permitirnos… pero siempre, siempre, estar a la altura de las circunstancias. “El quiero y no puedo” es signo de vulgaridad.